CITAS

Hay días que amanecen sólo para que uno pueda seguir soñando. Días en los que uno siente que el lance merece la pena, que el latido sigue ahí y que ni puedes ni quieres prescindir de él, que es posible derrotar miedos y vencer temores. Días en los que la magia de una sonrisa acude para salvar tu alma. Días en los que un gesto cómplice o una mirada en eterna sorpresa son capaces de ordenar el desorden de tu mundo puesto del revés. Días en los no cabe más la ternura. Días en los que el tiempo se detiene y el resto del universo carece de toda importancia.

Hay días en los que uno se alegra de estar vivo. O de que exista alguien que le haga sentirse así. Vivo. (Pedro de Paz)






viernes, 13 de abril de 2012

SOSPECHAS (II)






—Perdone, ¿es usted Pilar Ramos Buendía? —dijo Marco al dirigirse a una mujer de mediana edad sentada frente a una pantalla de ordenador.
—No, ahora la aviso —contestó ella con voz átona, sin desviar la mirada del monitor.

Marco entró en aquella Agencia Inmobiliaria convencido de que necesitaba dar un giro a su vida. Pensaba que un cambio de escenario sería un acicate para Alicia, su mujer, una manera de ilusionarla. Últimamente, sus ataques de celos habían enturbiado la paz del hogar. El día de San Valentín sería un momento propicio para regalarle la casa de sus sueños.

Se mantuvo de pie durante unos minutos, esperando instrucciones de la secretaria que permanecía inmóvil e inexpresiva. Carraspeó intencionadamente y aguardó sin obtener reacción alguna. Miró a su alrededor, una joven pelirroja con aspecto desgarbado lo escrutaba con la mirada. Por un momento llegó a imaginar que sacaría una cinta métrica del bolsillo para medirlo por todas partes. Marco miró su chaqueta en busca de una mancha que no hubiera detectado antes. Se palpó los labios y la barbilla por si hubiera algún rastro de espuma de afeitar. Todo perfecto. La chica esbozó una media sonrisa que quiso ocultar tras la revista que sostenía entre las manos. Ya había conseguido ponerlo nervioso. Buscando un registro de voz grave para disfrazar su inquietud, se decidió a interpelar a la administrativa.
—Por favor, ¿podría usted avisarla? Tengo cita a las cinco.
Aquellas palabras parecían haber acariciado sus oídos. La mujer echó una ojeada por encima de sus gafas y se las quitó precipitadamente, escondiéndolas en un cajón.
—Perdone señor, ¿quiere usted sentarse mientras informo a la señorita Ramos de su llegada?
Se levantó ajustándose la falda que ceñía sus anchas caderas y se alejó contoneándose como si estuviera en una pasarela de moda. Mientras tanto, Marco curvó los labios hacia un lado en un rictus irónico, tomó asiento en un sillón de cuero y sacó su teléfono  móvil con la intención de hacer la espera más corta.
—Buenas tardes, señor Ruipérez.
Marco alzó la vista. Una mujer que debía rondar los cuarenta años, vestida con traje sastre gris, lo saludó con una sonrisa franca. Se fijó en su rostro lleno de arrugas. Lejos de envejecerla, le conferían una juventud que trascendía la edad. Parecía agradable y atractiva, de manera que Marco sintió por ella una simpatía instantánea. Pasaron a su despacho. Mientras le explicaba las características de las casas que había seleccionado, según las indicaciones que le había dado por teléfono, Marco se fijó más detenidamente en ella. Era alta y delgada, apenas tenía pecho y curvaba con frecuencia los labios hacia un lado en un gesto irónico. Estuvieron estudiando los planos de las casas durante unos veinte minutos. Marco se dejó aconsejar, parecía que había captado perfectamente lo que buscaba. Finalmente, eligió un pequeño chalet de dos plantas, con porche trasero y delantero, piscina y trescientos metros de jardín. La agente no había descuidado ningún detalle, todo estaba estudiado al milímetro: descripción detallada de la propiedad, calidades de los materiales, formas de pago; sólo quedaba que dieran su visto bueno y firmaran el contrato.  
—En sus manos dejo todo este asunto —dijo Marco con una sonrisa de satisfacción, tendiéndole la mano para despedirse―. Espero su llamada con el fin de que me notifique la próxima cita. Un momento preferiría que no me llamara, mejor me comunica la fecha y hora por SMS, quiero darle una sorpresa a mi mujer.

Mientras entraba en el ascensor, Marco se imaginó la cara que pondría Alicia al ver la casa. Hacía tiempo que no la veía de buen humor. Al salir a la calle, el sol se reflejaba en los cristales de los coches aparcados. Abrazado al calor de los rayos multicolores, se perdió entre los viandantes con una sonrisa en los labios.


‹‹TE MATO››. La voz de Alicia retumbó en la cabeza de Marco, que se incorporó bruscamente en la cama. La horrible pesadilla le había dejado un sabor amargo y una extraña sensación como si alguien o algo estuviera sentado encima de él, oprimiéndole el pecho. Alargó el brazo en la oscuridad hasta rozar el cuerpo de Alicia y lo mantuvo así durante unos minutos, al tiempo que adivinaba el roce de su aliento sobre la piel. Por mimetismo, la respiración de Marco fue recobrando la normalidad. Necesitaba sentir la cercanía de aquel cuerpo cálido e inactivo para espantar los fantasmas de la noche y lo atrajo suavemente hacia él. No recordó ningún detalle del sueño pero le quedó grabada la imagen de ella con un hacha en la mano amenazándolo al salir de la ducha. Su mente ahuyentó sistemáticamente aquella espantosa escena, aduciendo a toda clase de argumentos, llegando a la conclusión de que los sueños sueños son. Poco a poco, fue abandonándose a un dulce letargo sucumbiendo a un estado de somnolencia.

A la mañana siguiente, Marco se despertó de muy buen humor. Los rayos de sol que se filtraban por la ventana lo deslumbraron. Acercó los labios a los cabellos de Alicia que parecía estar dormida todavía y selló con un beso todo su amor. La señorita Ramos le había confirmado el día y la hora de la cita para enseñarle la casa a su mujer. Ahora sólo necesitaba planear concienzudamente la manera de llevar a Alicia sin que ella sospechara nada. Pero eso, lo pensaría más tarde. Se dirigió al cuarto de baño para darse una ducha. El agua caliente tonificó sus músculos. Mientras se enjabonaba, cantaba a viva voz “La donna è Mobile” de Verdi.
 De repente tuvo un déjà vu y  los angustiosos recuerdos de la noche pasada acudieron uno detrás de otro:
Alicia inspeccionando su cartera. Alicia memorizando los datos de una tarjeta de visita.
Cerró el grifo de la ducha y buscó la toalla para secarse.
Alicia apropiándose de su teléfono móvil. Alicia leyendo sus mensajes.
Abrió la puerta del armario en busca de la maquinilla de afeitar eléctrica y la cerró con un ruido sordo.
Presa de un sobresalto, Alicia desasiéndose del móvil sobre el cristal de la mesilla de noche.
Conectó el aparato a la red y empezó a afeitarse con movimientos circulares.
Alicia volviendo a empuñar el teléfono. Alicia escudriñando ávidamente la pantalla.
Desconectó la maquinilla y la colocó sobre el lavabo. Empuñó la loción para después del afeitado y se la aplicó con un ritual que parecía ensayado.
Alicia, con manos temblorosa soltando el móvil. Alicia bisbiseando un galimatías incomprensible. Alicia, poseída por una fuerza oculta, agarrando un hacha.
En ese preciso instante, aterrorizado, Marco cruzó el umbral de la puerta dispuesto a esquivar la brutal embestida.
Alicia armada con un bote de crema le dijo:
―Cariño, quieres que te dé un masaje.