—Tengo alas —gritó
Santi dando vueltas alrededor de su hermana mayor. Desplegó su capa
zigzagueando como un pájaro mareado.
—Déjame en paz. Estás
ridículo con esa toalla al cuello y los calzoncillos por encima de mis
leotardos. Te tengo dicho que no quiero que cojas mis cosas. ¡Eres patético!
Santi no consiguió
entender el significado de aquella última palabra, pero lo que sí supo captar
fue el tono despectivo con que su hermana mayor la había pronunciado. No era la
primera vez que lo menospreciaba. Se quedó un momento pensativo y como si se le
hubiera encendido una luz interior, espetó con decisión:
—Te lo voy a demostrar.
Eliana, echada sobre la
cama, sonrió al oír aquel propósito, pero pronto dejó de prestarle atención al
niño. Se imaginó en los brazos de Clark Kane. Pero, ¡qué guapo era el actor que
lo encarnaba en la película que vio ayer mismo! ¿Cómo se llamaba? Era incapaz
de recordarlo.
Mientras tanto, con la
agilidad de un gato Santi trepó al alféizar de la ventana, la abrió de par en
par y desplegando sus alas de ángel emprendió un vuelo sin retorno.
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