CITAS

Hay días que amanecen sólo para que uno pueda seguir soñando. Días en los que uno siente que el lance merece la pena, que el latido sigue ahí y que ni puedes ni quieres prescindir de él, que es posible derrotar miedos y vencer temores. Días en los que la magia de una sonrisa acude para salvar tu alma. Días en los que un gesto cómplice o una mirada en eterna sorpresa son capaces de ordenar el desorden de tu mundo puesto del revés. Días en los no cabe más la ternura. Días en los que el tiempo se detiene y el resto del universo carece de toda importancia.

Hay días en los que uno se alegra de estar vivo. O de que exista alguien que le haga sentirse así. Vivo. (Pedro de Paz)






miércoles, 28 de diciembre de 2011

COMENTARIOS SOBRE LIBROS DE ACTUALIDAD

      Esta sección no pretende ser una crítica literaria, ni siquiera una reseña; sólo es mi opinión particular sobre los libros de actualidad que han caído en mis manos y que me gustan especialmente. Yo sólo quiero aportar mi grano de arena para que se reconozcan que en España existen escritores que saben escribir.


 MONTSE DE PAZ, Ciudad sin estrellas

  
 




            Durante la última edición de las jornadas de Literatura Fantástica de Dos Hermanas en octubre de 2011, Montse de Paz, escritora novel galardonada con el Premio Minotauro 2011 de Ciencia Ficción con su novela Ciudad sin estrellas, nos habló de su visión particular como autora. Esto fue un acicate para querer saber más de su obra y proceder a la lectura de “Ciudad sin estrella”.
 En principio, la novela recuerda la literatura de ciencia ficción más clásica. Hace referencia a una sociedad ficticia emplazada en un futuro cercano donde las consecuencias de la manipulación y el adoctrinamiento masivo a cargo un Estado autoritario, llevan al control absoluto de la población, bajo una fachada de benevolencia; en resumen una distopía propiamente dicha, con otra particularidad la obra carece de tecnicismos. Miquel Barceló en Ciencia ficción, guía de lectura divide la ciencia ficción en dos categorías: hard y soft. La primera engloba a los autores con una base científico-tecnológica; la segunda adapta las ciencias sociales como la antropología, la historia, la sociología y la psicología al ámbito de la ciencia ficción. En la categoría soft, los autores suelen caracterizarse por una escasa o nula formación científica y un interés casi exclusivo por lo meramente literario, incorporando una mayor calidad a la ciencia ficción. En esta línea y respondiendo a los más puristas del género que no dudan en tacharla de intrusa, Montse de Paz ha sabido, a mi modesto entender, hacer una obra que fluye, que se deja leer sin obstáculos innecesarios, dotando a sus textos de realismo, dejando que los personajes se descubran ellos mismos a través de sus palabras; una obra elegante, como su propia persona, que evita la brutalidad y escenas cruentas pero que caracteriza a algunos de sus personajes marginales con violencia verbal.
Quizás eché de menos en esta obra un desarrollo más profundo de los personajes y una descripción más detallada de la ciudad de Ziénaga. El final abierto que propone la autora deja al lector en ascuas; estrategia comercial o no, esta novela no puede dejar tantos frentes abiertos y podría haber sido más extensa.
Finalmente, Ciudad sin estrellas es un libro que os recomiendo, no solamente a los jóvenes, sino a todo el que busca una buena historia, bien contada y que todavía cree en las estrellas.


PEDRO DE PAZ “La Senda Trazada 



 
 El relato que nos propone Pedro de Paz en esta novela galardonada con el prestigioso premio Luis Berenguer tiene ingredientes de novela negra (intriga, muertes) mezclado con elementos de novela fantástica donde la psicología del personaje y su dilema moral encuentran el escenario ideal para desarrollarse. En este orden de cosas, considero que “La Senda Trazada” sigue la tendencia actual de mezclar los géneros, aunque a mí personalmente me gustaría considerarla más como una novela psicológica con marcados tintes realistas.
 La trama se va hilvanando con un ritmo trepidante que incita al lector a seguir leyendo. Es una obra escrita con proverbial maestría que engancha desde la primera línea hasta la última, dejando al lector con un mensaje que el sólo debe interpretar. En ningún momento, el autor toma partido o juzga a su personaje (a pesar de describirnos un ser despreciable); presupone que los lectores somos seres inteligentes, capaces de sacar nuestras propias conclusiones. Como lectora, en algún momento de la historia me he planteado cómo sería mi comportamiento en esas mismas circunstancias y siento decirlo, en muchos momentos, he disculpado el comportamiento del protagonista, lo que me lleva a pensar que como yo numerosos lectores se habrán sentido identificados.
 Esta novela me ha gustado especialmente por la manera que tiene el autor de describir el mapa interior del personaje. No he echado en falta ninguna descripción de escenarios exteriores, ni ninguna subtrama que hubiera enturbiado la trama principal. La historia parece simple, pero desgarradora.
Por lo tanto, es una novela que invita a la reflexión y plantea en su parte final una cuestión sobre el destino que todo ser humano alguna vez en su vida se ha hecho.
 En este comentario no he pretendido destripar la novela, ni hacer ninguna sinopsis, eso podréis encontrarlo en numerosas páginas de Internet, sólo quiero decir  que he disfrutado tanto leyendo esta novela que no puedo más que recomendarla a todo aquel que está interesado en saber un poco más de la naturaleza humana.  
  

martes, 27 de diciembre de 2011

LA REBELIÓN DE LAS LETRAS


                                                                                           
alphabet-detail

 Congregaron a todas las letras del alfabeto para una reunión urgente.
—¡No puede faltar ninguna! —vociferó el portavoz del Consejo de los Reales Académicos, un Peón del tablero de ajedrez, el más estirado de todos.
Las letras se habían levantado tarde aquél día y, con sus tareas a medio hacer, tuvieron que acatar aquella orden tan inoportuna.
—¿Qué tendrán que decirnos esta vez? —preguntó la Eme harta del caos reinante.
—Otras de sus tonterías, seguramente —afirmó la Zeta sin demasiada prisa. Se había acostumbrado a ser la última en todo.
—A mí, me cambiaron el nombre, ahora me llamo Ye en lugar de Y griega. ¡Es ridículo! Toda la vida buscando una identidad que te arrebatan en un segundo. Yo ya no sé quien soy.
—A mí, me quitaron el acento. Dijeron que era para “evitar ambigüedades”. Todavía no sé que querían decir con eso —susurró la pequeña O, un poco avergonzada por su ignorancia.
—Querían que no fueras tan insegura —insistió la I con su habitual desparpajo.
—¡Mira quién habla! La que tiene siempre un punto encima. —recriminó la A, dispuesta a aprovechar cualquier ocasión para hacerse notar.
—¡Tú, te callas!, ¡qué siempre estás igual!, ¡cómo eres la primera en todo! —exclamó la E con sorna.
—Bueno, bueno, bueno… ¡Qué haya paz! —manifestó la Be en tono conciliador—. No necesitamos pelearnos entre nosotras. Si no estáis de acuerdo con vuestra situación, guardad las energías para protestar ante el Consejo.
—Eso es verdad, luego siempre hablamos las mismas —expresó la Ere enérgicamente.

Las diferencias entre todas las letras del alfabeto se hicieron patente aquél día. Aquella reunión tan imprevista fue la gota que colmó el vaso. Ninguno de los Reales Académicos intuía que en el Mundo de las Letras hubiera tanta disconformidad. Ellos vivían alejados de sus subordinados, centrados, según decían, en problemas más elevados. Las letras sabían que el desacato al Consejo podría costarles la supresión de sus privilegios y a unas malas, hasta la vida. Atemorizadas,  recordaban cuando decidieron prescindir de la Elle y de la Che. ¡Pobrecitas, tan españolas y tan poco valoradas!   
Apareció de nuevo el Peón anunciando el segundo aviso de convocatoria de la reunión.
—Pueden pasar todas al tablero de ajedrez  —declaró, con autoridad—. Los señores académicos les esperan.

Todas en fila, cuchicheando, dándose codazos unas a otras y, en riguroso orden alfabético, fueron tomando asiento, formando hileras frente al tablero de ajedrez. Los Reales Académicos ocupaban ya sus posiciones en los recuadros del tablero. Como de costumbre, permanecieron callados, imprimiendo solemnidad al acto, esperando a que cada una de ellas se colocara en su sitio. El murmullo de las letras acomodándose se convirtió repentinamente en un silencio sepulcral. El Rey tomó la palabra:
 ‹‹Como autoridad suprema, os hemos convocados esta mañana para comunicaros las nuevas resoluciones que tomamos en la última reunión de este Consejo. No aceptaremos ninguna queja, las decisiones están tomadas y no admitiremos insubordinaciones››.

Las palabras amenazadoras del Rey retumbaron en todo el recinto. Se oyó un rumor de desaprobación entre los asistentes y las pequeñas vocales empezaron a temblar.
—¿Qué va a ser lo próximo que hagan? —pensaron todas al unísono—. ¿Cortarle la cabeza a la Te o quitarle una pierna a la Eme?
De repente al fondo de la sala, resonó una voz estridente:
—¡Estamos hartas de que hagáis con nosotras lo que os venga en gana!
Se estremecieron todas las letras a la vez. Nunca nadie antes había sido capaz de oponerse a los dictámenes del Consejo y menos, contradecir la voluntad del Rey.  
—Y vosotras —apostilló la pequeña voz, mirando a sus compañeras—, os quejáis continuamente, pero no hacéis nada, nada de nada.
—¿Quién habla? —bramó la desafiante voz del monarca, dispuesto a acabar con la osadía de uno de sus subordinados.
—Yo soy  —se desgañitó la U, poniéndose en pie de repente.
Era tan pequeña que, aún de puntillas, no conseguían verla desde los lugares más privilegiados. Ocupaba la tercera fila. Las letras más altas situadas delante procuraron estirarse, intentando ocultarla para conseguir enmendar la situación. La U no era cobarde, aunque sí, bastante inconsciente. La Ese, percatándose del peligro que corría, se apresuró a gritar ella también: “Yo soy”. La Te ya veía como la descabezaban y sin pensarlo aulló: “Yo soy”.Y escalonadamente, todas las letras del alfabeto una detrás de otras fueron levantándose, repitiendo las mismas palabras: ‹‹Yo soy, yo soy, yo soy…››

El efecto en cadena dejó sorprendidos a todos los Reales Académicos de la Lengua Española. La Reina se adelantó diciendo que no podían castigarlos a todos. El Caballo, que esto era un desastre: ‹‹¡la familia de las letras se está hundiendo!››. La Torre afirmó que había que encerrarlos a todos. Finalmente, el Rey consciente del desagravio a su persona, pero barajando en su cabeza el desastre que podría ocasionar una rebelión  en toda regla, adoptó una postura más conciliadora y les preguntó cuales eran sus reclamaciones:
—Que nos devuelvan nuestra dignidad. Sin las letras no existirían las palabras, ni el lenguaje  —dijo la letra Eme, siempre tan juiciosa.
—Que nos quieran. Nosotras somos vuestras hijas y estáis ahí para protegernos  —añadió la U,  buscando aprobación.
—Que nos consulten. Se trata de nuestras vidas, ¿quizás tengamos algo que decir? —apostilló la Ese, asombrada todavía del valor que estaba demostrando.

Todos quedaron sorprendidos y se hizo el silencio durante algunos segundos que parecieron siglos. El Rey sentenció:
‹‹Entiendo vuestras quejas. Para nosotros, tampoco es fácil llegar a acuerdos y procurar defender vuestros intereses. Nunca pensé que vuestros corazones estuvieran tan descontentos, pero quiero que sepáis, que todo lo hacemos por vuestro bien. Reconozco que he pecado de soberbia y tengo que contar con vosotras, que sois el alma del Mundo de las Letras. Os prometo mejorar y escucharos››.

Con estas palabras, el Rey levantó la sesión, ante el júbilo de algunos y la decepción de otros. 


miércoles, 21 de diciembre de 2011

CLARO DEL BOSQUE


Dos mujeres en un claro del bosque


Recostada en el regazo de su madre como cuando apenas era un bebé, utilizando el pecho a modo de almohada, Luna se entregó a los brazos de Morfeo, el guardián de los sueños de los mortales.

—Vamos, Luna, ¿a qué no me coges? —gritó Samuel adelantándose a todos e iniciando un juego que ambos acostumbraban a hacer.
—Más despacio, niños. Podéis caeros —les advirtió mamá con su habitual cautela.

Samuel y Luna corrieron todo lo rápido que pudieron. El aire tibio y puro de principios de verano recorrió sus rostros que empezaron a enrojecer, acariciando y refrescando sus mejillas. Rezagados, desde la linde del bosque, sus progenitores aceleraron el paso, inquietos por el avistamiento de huellas de animales. El camino estaba jalonado por gigantescos abedules en plena floración que les protegían de los rayos solares. Al adentrarse en la espesura, la vegetación se hizo más densa y la luz apenas se filtraba entre la arboleda. Después de una carrera frenética, Luna, entre risas y exhalaciones, se dio por vencida y apoyó el peso de su cuerpo en un enorme pino.

—Está bien, Samuel, paremos un poco. Estoy cansada.
—¡Te gané!

Después de recobrar el aliento, los dos niños avistaron un claro del bosque. Al mirar hacia arriba, reapareció el cielo limpio de nubes. Un cuerpo en movimiento dejó una estela, creando una huella espumosa, simulando las que dejan las embarcaciones en el mar. Los rayos solares se colaron entre el follaje más escaso en ese lugar, obligando a los hermanos a apartar la vista después de unos minutos. El claro del bosque había convertido el paraíso en un lugar intacto que había sido creado en ese sólo instante y que nunca más se dará así.
  

SOBRE MERCEDES RUIZ



Siendo una niña, como muchos de vosotros, aprendí a jugar con las palabras oyendo las retahílas que me cantaba mi madre.

Cinco lobitos tiene la loba,
cinco lobitos detrás de la escoba.
Cinco parió, cinco crió
y a todos los cinco tetita les dio.

Canciones e historias populares de autoría colectiva, heredadas, que todavía resuenan en mis oídos con su carga emotiva y con connotación, algunas de ellas, fundamentalmente sexistas, que han dejado una huella ineludible en mí. Como esas retahílas de mi infancia, os ofrezco aquí las mías: esas series, hileras o ristras de palabras salidas de mi imaginación, recopiladas en relatos, con estructuras encadenadas o eslabonadas, que iré transcribiendo en estas páginas todavía en blanco. Con todas ellas, dibujaré formas ascendentes, descendentes y circulares armonizando el mapa aparentemente inconexo de mi creatividad.

EL TRAMPANTOJO



Son las doce de la noche. Le habla Antonio Gutiérrez desde Radio Nacional de España. Abrimos este avance informativo para anunciar que la fuerte nevada, caída en la capital en las últimas horas, ha causado un colapso en Barajas. Han sido cancelados todos los vuelos durante las próximas horas. Los equipos de mantenimiento de las pistas trabajan a marchas for…

Eduardo Bermejo apagó la radio de su BMW, después de aparcarlo en la puerta de su chalet de la Moraleja. El día había sido agotador. Se tocó la frente, intentando aliviar el punzante dolor que le atravesaba las sienes. Desde las seis de la mañana llevaba preparando una reunión que tenía que celebrarse en Barcelona por la tarde. La espera durante dos horas en el aeropuerto hasta confirmar la cancelación de su vuelo, las llamadas sin respuestas al teléfono de su mujer y las que hizo para anular la reserva del Hotel Palace habían contribuido a que se sintiera más fatigado que de costumbre. Salió del automóvil dejando caer sus pesados pies sobre la nieve recién caída. Se hundieron bajo aquel manto alfombrado.

—Achís, achís.
Lo que faltaba: se estaba resfriando. Al sentir el viento helarle los huesos, se colocó el abrigo alrededor de los hombros y sacó un pequeño troller del maletero. ¡Cómo añoraba los cálidos brazos de Sofía! Los desplantes de su mujer las últimas semanas, sólo habían conseguido reavivar su deseo. Cruzó la verja y al levantar la vista hacia el jardín, se sorprendió al ver que el pino de la entrada se había convertido en un árbol de navidad.

—Ya estamos en Navidad. ¡Cómo pasa el tiempo!
Recordó las primeras navidades juntos, las risas cómplices de sus primeros años de matrimonio. Los dos adornando el árbol, preparando las cenas familiares. Añoró aquella alegría que inundaba toda la casa y sintió una necesidad urgente de abrazarla y volver a declararle su amor. Hoy más que nunca la necesitaba.

Al abrir la puerta, notó como la oscuridad de la noche parecía haber invadido cada rincón de su casa. Pulsó el interruptor de la luz intentando espantar aquel presentimiento y dejó su maleta en la entrada. Se fijó en el trampantojo que había encargado su mujer a un artista conocido, la pared ahora tenía una enorme ventana con vista al exterior. Aguzó el oído, ningún sonido le llegaba. Pensó que Sofía estaría durmiendo. Subió la escalera a oscuras temiendo despertarla. Ya sentía el calor de su cuerpo pegado al suyo, la imaginaba con ojos somnolientos y sonrisa infantil abrazándolo, abandonándose a su deseo. Mientras se aflojaba la corbata y el primer botón de la camisa, se acercó a la puerta de su dormitorio. Le resultó extraño que estuviera cerrada y al acercarse le llegaron unos sonidos inconfundibles. Pegó el oído y  con una patata que sonó como el estruendo de una explosión, derribó la puerta.

—PUTA… PUTA.
Se abalanzó sobre unos cuerpos desnudos, que a duras penas intentaban despegarse. Sus brazos que unos segundos antes había deseado estrechar a su mujer, ahora la zamarreaban hasta arrastrarla por el suelo. Su boca que había deseado besarla, ahora la insultaba:
—PUTA, no eres más que una PUTA. Y tú, BASTARDO—gritó amenazante volviendo la vista hacia el amante—, FUERA DE MI CASA.

          Sofía se refugió en un rincón mientras su amante salía corriendo recogiendo su ropa esparcida por la habitación. Sentada en el suelo en posición fetal, rogaba que no le pegara. Eduardo, con los ojos inyectados de odio contempló la escena durante unos segundos y se marchó.


            Aquella Navidad pasó con más penas que glorias. Sofía rogaba el perdón de su marido, le aseguraba que jamás había dejado de amarlo y que el abandono que sentía los últimos meses la habían empujado en los brazos de su profesor de equitación. Eduardo tuvo que soportar sus escenas de arrepentimiento durante semanas a las cuales respondía con reproches y celos contenidos. Luego, a fuerza de silencios, la situación fue cada vez más tensa entre ellos. Desde el día de los hechos, la pareja no compartía momentos de intimidad: Eduardo se había instalado en el dormitorio de invitados porque no soportaba las exhibiciones de lencería fina a las que le sometía a cualquier hora.  Sin embargo, no quería admitir que aquello había dejado de ser un matrimonio, desde mucho antes de los acontecimientos. Ella había intentado negociar  un acuerdo para dejar la casa familiar y emprender una nueva vida. Para su marido era importante mantener las apariencias. Nadie debía enterarse de su humillación y fracaso. La amenaza continua de dejarla en la calle, sin un céntimo, hizo que desistiera de su intento de divorcio. Sofía no le dirigía la palabra salvo para tratar lo indispensable, como cenas de compromiso y comentarios de rigor, y él había entrado en el mutismo y el desasosiego. Poco a poco, instalado en la aparente normalidad, Eduardo seguía con sus habituales trajines de trabajo y había recuperado su antigua costumbre de soltero: la de comprar el amor; pero en cada rostro de ésas chicas de alto standing reconocía el rostro de Sofía, gritaba su nombre en el momento álgido del acto sexual; en cada mujer buscaba a su amada. Instalado entre el amor y el odio, iban fluctuando los sentimientos más contradictorios: de pronto quería verla sufrir como verla feliz. En sus divagaciones diarias siempre acababa pensando que lo mejor sería acabar con éste tormento. Lo había hechizado con su cara de ángel y sus palabras engañosas. Antes de su último viaje de negocios, contrató los servicios de un investigador privado. Los informes que recibía semanalmente, le confirmaban que su mujer no se veía con ningún hombre. Sin embargo, poco sabía de sus más íntimas reflexiones. Cuando la veía callada, simulando estar leyendo, observándolo de reojo, no podía soportar la idea de que lo engañara aunque fuera con el pensamiento. Quería hacerla sufrir, que pagara todo el daño que le estaba haciendo. Ya no podía soportar más dolor.

Una noche volvió del trabajo antes que de costumbre. Tenía la mirada perdida, los ojos acuosos y enrojecidos, el paso amilanado. Al verlo en tan deplorable estado, Sofía empezó a burlarse de él:
—El gran hombre, aquí lo veis, señoras y señores.
—Respétame. No te olvides que si vives como una señora es gracias a mí.
—Gracias a ti, iluso. ¿Está es la vida que quieres que viva? Te la puedes meter por el…
—CÁLLATE, PUTA.

Sacó un cuchillo del bolsillo derecho de su abrigo, la agarró por el cuello con su mano izquierda y la amenazó clavándole la punta en su delicado cuello.
—Ahora no dices nada, ¿no? NO TE MUEVAS, ZORRA. No podías tener la boquita cerrada, ¿no? Tu amiga, la cotilla, se ha encargado de contarle a todo el mundo lo cornudo que soy.
Una gota de sangre cayó. Al sentir el contacto tibio del líquido sobre su mano helada,  soltó el cuchillo horrorizado por lo que estaba a punto de cometer. Luego, saliendo del aturdimiento, se repuso contemplando la escena con ojos serenos. Dio media vuelta y se marchó de allí para siempre. Al salir quedó delante del dibujo de la entrada y pensó que toda su vida había sido como aquel trampantojo, un engaño visual.








martes, 20 de diciembre de 2011

ÁRBOL DE FUEGO

                                       


La intensa lluvia golpeaba los cristales de la ventana de la alcoba de Lorena. Al amanecer, se incorporó en la cama y echó un vistazo por la ventana: el viento despiadado había arrancado de cuajo el árbol que meses antes, ella y Javier, habían plantado en el jardín. Abrazada a la almohada húmeda, sintió escalofríos, los fantasmas de la noche habían dejado profundos surcos en su rostro y en su ánimo. Al contemplar el árbol de fuego desparramado sobre un manto de hojas secas, recordó su testarudez al elegir una variedad tan exótica. Sus raíces superficiales ni siquiera han podido resistir una noche de tormenta.

          —Lo nuestro no es amor verdadero, pero fue bonito mientras duró—fueron las últimas palabras de Javier antes de salir de la  vida de Lorena para siempre.

          Una punzada atravesó el corazón quebrado de la muchacha. Aquella frase hecha, vertida por unos labios deseados y hasta venerados, era la explicación que él daba a una historia de amor que ella creía inmortal. Aquellas noches tórridas donde sus cuerpos se unieron con compases rítmicos, sin jamás desafinar, no podían quedar en el olvido. Las recordaría mientras le quedara un soplo de vida. Aquellas risas compartidas en el desayuno y en la cena durante tres meses ¿no eran reales? Si no lo fueron, él podría haber  ganado el galardón al mejor actor principal de esta comedia.

             —Te quiero, amor mío.
            Palabras vacías arrojadas en el fragor de la pasión, hoy resuenan como un escabroso comentario sin significado, sin valor.

           Se dirigió al cuarto de baño para aliviar el dolor de su enrojecido rostro. Abrió el grifo y vio como manaba el agua, cayendo sobre sus palmas unidas. Acercó su semblante trémulo y pensó que podría mitigar su tormento. Al incorporarse, frente al espejo, comprobó que su rictus seguía compungido. Se esforzó en sonreír y comprobó que una mueca la había desfigurado para siempre.

               —Quiero morir—gritó Lorena.