CITAS

Hay días que amanecen sólo para que uno pueda seguir soñando. Días en los que uno siente que el lance merece la pena, que el latido sigue ahí y que ni puedes ni quieres prescindir de él, que es posible derrotar miedos y vencer temores. Días en los que la magia de una sonrisa acude para salvar tu alma. Días en los que un gesto cómplice o una mirada en eterna sorpresa son capaces de ordenar el desorden de tu mundo puesto del revés. Días en los no cabe más la ternura. Días en los que el tiempo se detiene y el resto del universo carece de toda importancia.

Hay días en los que uno se alegra de estar vivo. O de que exista alguien que le haga sentirse así. Vivo. (Pedro de Paz)






miércoles, 21 de diciembre de 2011

CLARO DEL BOSQUE


Dos mujeres en un claro del bosque


Recostada en el regazo de su madre como cuando apenas era un bebé, utilizando el pecho a modo de almohada, Luna se entregó a los brazos de Morfeo, el guardián de los sueños de los mortales.

—Vamos, Luna, ¿a qué no me coges? —gritó Samuel adelantándose a todos e iniciando un juego que ambos acostumbraban a hacer.
—Más despacio, niños. Podéis caeros —les advirtió mamá con su habitual cautela.

Samuel y Luna corrieron todo lo rápido que pudieron. El aire tibio y puro de principios de verano recorrió sus rostros que empezaron a enrojecer, acariciando y refrescando sus mejillas. Rezagados, desde la linde del bosque, sus progenitores aceleraron el paso, inquietos por el avistamiento de huellas de animales. El camino estaba jalonado por gigantescos abedules en plena floración que les protegían de los rayos solares. Al adentrarse en la espesura, la vegetación se hizo más densa y la luz apenas se filtraba entre la arboleda. Después de una carrera frenética, Luna, entre risas y exhalaciones, se dio por vencida y apoyó el peso de su cuerpo en un enorme pino.

—Está bien, Samuel, paremos un poco. Estoy cansada.
—¡Te gané!

Después de recobrar el aliento, los dos niños avistaron un claro del bosque. Al mirar hacia arriba, reapareció el cielo limpio de nubes. Un cuerpo en movimiento dejó una estela, creando una huella espumosa, simulando las que dejan las embarcaciones en el mar. Los rayos solares se colaron entre el follaje más escaso en ese lugar, obligando a los hermanos a apartar la vista después de unos minutos. El claro del bosque había convertido el paraíso en un lugar intacto que había sido creado en ese sólo instante y que nunca más se dará así.
  

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